EL REVOLUCIONARIO SONRIENTE
45 años después de su dolorosa muerte, conmemoramos su aniversario.
Por Nicolás A. Herrera Farfán
Fotografía: Portada del libro «Camilo Torres. El amor eficaz». Editado por América Libre ediciones el año anterior en Buenos Aires
El 15 de febrero de 1966 en un enfrentamiento militar entre el insurgente Ejército de Liberación Nacional (ELN) y las Fuerzas Armadas gubernamentales de Colombia, cayeron abatidos por lo menos 3 combatientes. Uno de ellos, de barba rojiza, sonrisa franca y contagiosa y gran capacidad de convocatoria había asombrado a Colombia meses atrás y había escandalizado a la curia en general. Era sacerdote, sociólogo y político.
Algo sobre Camilo
Mientras cursó estudios de Sociología en la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica) tuvo la posibilidad de conocer la experiencia de los “curas obreros” franceses -los mismos que inspiraron con su ejemplo el debate que germinará en el Concilio Vaticano II y la Doctrina Social de la Iglesia-. También se encontró con compatriotas suyos a lo largo de Europa y compartió con ellos las angustias por el subdesarrollo, el atraso, la violencia estructural y la urgencia de transformar el estado de las cosas. De esos encuentros nace el ECISE (Equipo Colombiano de Investigación Socio-Económica). Su posterior paso por Estados Unidos significó las búsquedas académicas que ayudaran a resolver sus angustias frente a su país.
Regresó a Colombia para ser Capellán de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, de donde había salido unos años antes corriendo de las aulas de Derecho para el Seminario Conciliar de Bogotá. Ahí se conoció con otros brillantes personajes con las cuales confluyó en la necesidad de impulsar la sociología. Con Orlando Fals Borda (un protestante), empuja ese proyecto, siendo los dos los primeros docentes. Siempre con su sotana, siempre con su sonrisa. Ahí conjuga dos elementos claves para entenderlo: El sacerdocio y la docencia. Y la docencia ligada a la investigación en el campo.
Mal profesor, dicen sus ex-alumnos, porque no sólo incumplía los horarios y eludía los debates sobre Marxismo, sino ante todo porque mostraba cierto desdén por la institucionalización. Buen profesor, porque comprendía que la Sociología se hacía en el terreno, con la gente, para la gente, desde la gente. Si los modelos teóricos no daban, había que crear otros, unos propios, una “auténtica sociología latinoamericana”. De eso nace el MUNIPROC (Movimiento Universitario de Promoción de la Comunidad).
Como profesor de la Universidad, como intelectual brillante, como sacerdote estrella, tuvo acceso a diversas posibilidades: Miembro de la Junta Directiva del INCORA (Instituto Colombiano de la Reforma Agraria) y Director de la ESAP (Escuela Superior de Administración Pública). En la Nacional conoció los problemas de los estudiantes. En el barrio, los problemas urbanos (había estudiado sociología urbana en Estados Unidos). En el Incora, supo de primera mano las dificultades de los campesinos. En la ESAP comprendió muy bien la lógica de la estructura social, la guerra contrainsurgente y la esencia de la burocracia colombiana. Se llenó de pueblo. Descubrió que en Colombia se gestaban dos subculturas, comprendió que la Violencia era una lógica institucional, que la exclusión no sólo era política sino fundamental: se privaba a las mayorías de los derechos más básicos, de acceso a los recursos elementales. Claramente pudo describirlo, cuando afirmó que “la concentración del poder económico en Colombia es evidente. Las estadístivas sobre la mala repartición del ingreso nacional, sobre el ingreso per capita, sobre la mala repartición de la tenencia de la tierra, etc., son ampliamente conocidas”.
Que los dos partidos en pugna electoral legislaban para sus propios intereses “de clase”, por tanto, nada podía esperarse de ellos, era una hipótesis que no requería validación empírica, sino sentido común. Camilo era un convencido que la clase dominante, la dueña de los medios de producción y comunicación, era la misma clase política, o sino se beneficiaba exclusivamente de su tarea gubernamental, y denunciaba la mascarada democrática:
Actualmente, los únicos que determinan las decisiones gubernamentales en Colombia son los que pertenecen a una minoría de grandes intereses económicos. El día que logremos que las mayorías se unifiquen con objetivos concretos, y produzcan las decisiones, ese día tendremos una auténtica democracia.
Por ello consideraba que de esta clase no podían venir las transformaciones porque, generalmente, asumir esas transformaciones implica sacrificar los privilegios. Ahí vió que el país estaba escindido en dos: una clase alta acomodada, terrateniente, industrial, dependiente de los Estados Unidos; y una clase marginal, oprimida, sin tierra, obrera, mal pagada y mal vestida. En medio, advertía que había una clase intelectual y obrera, que conscientemente debía asumir partido, porque, de lo contrario, terminaría respondiendo a los intereses de la primera. Le revolución se hacía un imperativo, una muestra de amor, un proceso social que no dependería de los deseos o las angustias de los mayoritarios sino de las opciones de los poderosos.
Es necesario, entonces, quitarles el poder a las minorías privilegiadas para dárselo a las mayorías pobres. Esto, si se hace rápidamente es lo esencial de una revolución. […] La revolución, por lo tanto, es la forma de lograr un gobierno que dé de comer al hambriento, que vista al desnudo, que enseñe al que no sabe, que cumpla con las obras de caridad, de amor al prójimo no solamente en forma ocasional y transitoria, no solamente para unos pocos sino para la mayoría de nuestros prójimos […]
Estoy convencido que es necesario agotar todas las vías pacíficas y que la última palabra sobre el camino que hay que escoger no pertenece a la clase popular, ya que el pueblo, que constituye la mayoría, tiene derecho al poder. Es necesario más bien preguntarle a la oligarquía cómo va a entregarlo; si lo hace de una manera pacífica, nosotros lo tomaremos igualmente de una manera pacífica, pero si no piensa entregarlo o lo piensa hacer violentamente, nosotros lo tomaremos violentamente.
La clase dominante organizó un monopolio del control político al cual llamó “Frente Nacional”, que implicaba, entre otras cosas, la exclusión política a cualquier alternativa y garantizaba la reproducción del sistema social de exclusión y privilegios. La dominada (que Camilo rebautizó “Clase Popular”) estaba dispersa, desconcertada y fragmentada entre los partidos políticos tradicionales y el escepticismo (“Los no alineados”). Había que organizarla para que fuera un verdadero “Grupo de presión” que confrontara y transformara, por las vías que fueran necesarias, siempre intentando usar las disponibles socialmente. La Revolución sería el producto histórico.A esto le dedicó sus mejores esfuerzos. Había que buscar una herramienta que lograra aglutinar y convocar a las mayorías. Los partidos políticos de oposición habían mostrado sus limitaciones. Las grupos emergentes podían retrotraerse si terminaban siendo un simple espasmo anticonformista. Muchísimas personas no estaban ni en los unos ni el otros, pero igual querían transformar las condiciones: Así nace el Frente Unido del Pueblo.
El Frente Unido del Pueblo, que Camilo ayudará a impulsar, será la herramienta en donde cupieran todos y todas, en donde se construyera un país incluyente, suprapartidario, nacional, popular, revolucionario que caminara hacia el socialismo propio, autóctono, de nuevo cuño. El Frente Unido debía ser el catalizador de las luchas sociales, con una dirección colegiada, en donde la Unidad fuera el elemento central: la unidad por encima de las banderas, los colores, los partidos, las tradiciones, los credos… En él confluirían los partidistas, los renegados, los excluidos y los apartados; mujeres, niños, jóvenes, adultos, ancianos… todos estaban llamados a hacer la revolución y como cristianos estaban obligados éticamente a tomar partido por la transformación, porque allí estarían cumpliéndose las Obras de Misericordia. La unidad era clave para la victoria. El Frente Unido del Pueblo debía responder a esa necesidad:
El pueblo siempre ha seguido anhelando una guía para transformar las instituciones del país. Y esa guía no se le ha mostrado en una forma que responda totalmente a ese anhelo. Pero me parece que ahora comienza a ver una forma de solución. Una forma de encauzar su descontento, no solamente dentro de un partido, dentro de una ideología, sino en una forma amplia alrededor de algunos principios concretos.
La clase dominante reprodujo el esquema: ante las demandas de los sublevados represión, persecusión, muerte y exterminio. Como Camilo era una figura pública, y además un sacerdote, vinieron las presiones y la Iglesia oficial terminó dejándolo a su suerte. Mientras su proyecto de utopía pluralista se desvanecía en medio de la rapiña de los partidos y tendencias de izquierda, a Camilo le sobrevinieron los intentos de asesinato, las presiones de la guerra psicológica, las angustias vitales. Llegaban las horas de decidir: Si capitular o ser consecuente con sus propias palabras y sus propias consignas. Decidió lo segundo y entró en la guerrilla.
No juzgo ahora si fue bueno o malo, ni mucho menos si la lucha armada tiene sentido o vigencia en este momento histórico. Lo que quiero resaltar es que Camilo entró a la guerrilla no por sed de sangre, ni por afán de protagonismo, ni cobardía, ni por búsqueda de heroismo y martirio. Todo lo contrario, Camilo entró en la guerrilla por una mezcla de realidad social y de creencia personal: Las vías pacíficas se agotaron y su movimiento se fue desvaneciendo entre las presiones de la Derecha y las mezquindades de la izquierda. Por otro lado, Camilo creía que lo había intentado todo y que sólo quedaba ya la vía armada. Había instado a todos a “luchar hasta las últimas consecuencias” a ir “hasta la muerte, porque un pueblo que se entrega hasta la muerte siempre logra la victoria”. La selva lo esperaba y un tiro, por la espalda, cegó su vida en su primer combate. Murió el hombre, nació el mito, se cristalizó el ejemplo. No un ejemplo de violencia, de muerte, de guerrilla, sino de paz, de vida, de esperanza, de amor y compromiso.
Tal vez son muy importantes los dos últimos elementos: Amor y Compromiso. No murió por la patria, ni por el socialismo, ni por la creencia falsa de que las armas son un fin en sí mismo. Murió por AMOR, como Jesús, como lo reza el evangelio. Por un amor eficaz que lograra acercar el paraíso a la vida cotidiana. Por ese amor se comprometió, por ese amor se jugó, por ese amor murió. Dió la vida para que hubiera vida. Eso lo hizo superar todas las muertes. Por eso Isabelita, su madre, declaró inteligentemente: “Camilo nació el día que lo mataron”. Por eso su muerte fue semilla. El amor y el compromiso lo hermanan con el Che. Sus muertes fueron semillas.
Camilo no es sólo Camilo
Su compromiso político y su amor por el pueblo lo hermana con Salvador Allende, con Raúl Sendic, con Mario Roberto Santucho, con Carlos Fonseca Amador, con Camilo Cienfuegos, con Miguel Enriquez, con esa pléyade de soñadores.
Su cristianismo auténtico lo vincula a muchísimos cristianos y cristianas que decidieron comprometerse en la tarea de luchar por el amor eficaz, entre ellos brillan con luz propia: En Nicaragua el español Gaspar García Laviana y los nicaragüenses Ernesto y Fernando Cardenal, sacerdotes y combatientes del FSLN; en Chile, los Cristianos por el Socialismo y el español Antonio Llidó, combatiente del MIR; en Argentina, los padres palotinos, Monseñor Angelelli, el cura villero Carlos Mugica, los Sacerdotes por el Tercer Mundo, Juan García Elorrio, el Comando Camilo Torres de la agrupación insurgente Montoneros…; en Brasil, Frei Betto, Leonardo Boff y el español Pedro Casaldáliga; en Perú, el testimonio personal e intelectual del Padre Gustavo Gutiérrez; en Uruguay, el compromiso de Uberfil Monzón; en Venezuela, el comportamiento del Padre Edmundo Cadenas y otros; en Colombia, además de los famosos curas de Golconda y su líder, monseñor Valencia Cano, están los tres sacerdotes aragoneses muertos en la guerrilla del ELN (Manuel Pérez Martínez, José Antonio Jiménez Comín, Domingo Laín Sánz) y los anónimos muertos de las Comunidades Eclesiales de Base; en El Salvador, el ejemplo vivificador de Monseñor Óscar Arnulfo Romero y de los mártires jesuitas españoles de la UCA, con Ignacio Ellacuría e Ignacio Martín-Baró a la cabeza; en República Dominicana, Carlos Sánchez y Amaury Germán Aristy, del CORECATO (Comité Revolucionario Camilo Torres).
Su tarea auténtica y liberadora, anti-imperialista y contrahegemónica lo hacen discípulo de Bolívar, de Artigas, de Sandino, de San Martín, de Bartolina Sisa, de Manuela Beltrán, de Eloy Alfaro, de Tupac Amaru, de José Antonio Galán y Manuela Beltrán.
Camilo hoy
45 años después de su dolorosa muerte, Camilo sigue renanciendo las mil muertes. Por eso conmemoramos su aniversario, porque sigue estando vivo.
Honrar la memoria de Camilo no sólo es un justo reconocimiento a su testimonio de vida sino un esfuerzo por lograr avanzar en la construcción de nuestra propia identidad, a veces minada por la angustia de repetir modelos, esquemas y discursos que si bien sirven como enseñanza no pueden sernos impuestos como modelos que hay que seguir a tábula rasa, porque sería tan absurdo como darle un camisón de anciano a un recién nacido. Nuestras propias experiencias, nuestro propio caminar no puede ser otro que el de la “creación heróica” a la cual nos invitaba siempre José Carlos Mariátegui. Camilo merece que no lo dejemos morir en el impune olvido y en el fútil silencio al que lo han querido reducir. Marcos nos dice desde las entrañas de la Selva LaCandona que “el que ama la vida, guarda la memoria”. Camilo con su vida nos invita a hacer de la nuestra algo más grande que una monótona repetición de calendario.
No recordamos a Camilo como un héroe, sino como una persona auténtica, un militante de la vida que hizo una apuesta y fue con ella hasta las últimas consecuencias. Un soñador que comprendió que para transformar las estructuras opresoras había que JUGAR-SE y no dudó en hacerlo. Recordamos al Camilo que canta y sueña, que ríe, que lucha todos los días.
Camilo nace siempre que estemos comprometidos en la transformación de la realidad, con compromiso auténtico, con ética en nuestras acciones, con identidad popular. Camilo vive en el poder popular, en la alegría y creatividad juvenil, en el Foro Social Mundial y en los espacios internacionales de confluencia, tanto como en el Congreso de los Pueblos (¿un nuevo Frente Unido?) celebrado en 2010 en Colombia.
Camilo Torres, es símbolo germinador y esperanza del mundo. En estos momentos de despertar de luchas en el mundo, la siempre contagiosa sonrisa de Camilo y su inigualable ejemplo de compromiso deben ser acicates para seguir avanzando. Camilo, nuestro Camilo, el revolucionario sonriente.