Finalizó la Caravana por el Catatumbo: dos décadas de solidaridad internacionalista.
Por: Juan Alejandro Echeverri
OCAÑA/Catatumbo. “Cuando no hay comunidad, una persona muere y no se siente. Pero cuando se comparte, se trabaja y se celebra en comunidad, la muerte de una persona significa un dolor irreparable”, esas fueron las palabras de Alberto Castilla en el coliseo de Cartagenita.
La actividad realizada en ese corregimiento del municipio de Convención selló el fin de la Caravana internacionalista por el Catatumbo. Entre el 25 y el 31 de julio, alrededor de 80 personas, entre las que se encontraban internacionalistas de 12 países extranjeros, integrantes de organizaciones sociales colombianas y habitantes de la región, visitaron la Finca La Aurora y el corregimiento de Filo Gringo del municipio de El Tarra; Los corregimientos El Aserrío y San Juancito de Teorama; la comunidad indígena Barí de Bridikayra, y los corregimientos La Trinidad y Cartagenita de convención.
La jornada en el último punto estuvo marcada por un silencio agrio y espeso. El asesinato de Dailer Suárez y Leonardo Blanco, dos exalumnos de la institución educativa donde se desarrolló la actividad, tiene a la comunidad entera en estado de luto. Además de su humildad y alegría, los dos jóvenes arrebatados el 22 de julio son recordados por su amor al deporte. “La vida que florece en la juventud y que lucha en medio de la falta de oportunidades, no puede ser marchitada por la guerra. El Catatumbo tiene otro futuro, el de la paz, donde la juventud debe ser su fortaleza”, expresó la Asociación de Juntas en un comunicado respecto al hecho.
“La guerra ha dejado huellas imborrables en nuestras familias. Arrebatándonos incluso a nuestros docentes. Haciendo que algunos anhelen vengarse y otros anhelen salir del territorio. Queremos una sociedad donde la violencia no sea la norma. No permitamos que el odio y la venganza dicten nuestro destino”, dijo la personera del colegio a los caravanistas.
Ante las suspicacias y las desarmonías comunitarias que pueden avivar en este tipo de circunstancias, Alberto Castilla, líder del Comité de Integración Social del Catatumbo (CISCA), hizo un sentido llamado para que del dolor no nazcan odios que hagan pedazos los lazos comunitarios tan difíciles de construir: “Solo lo colectivo podrá ayudarnos a salir de esta situación. De la guerra nada bueno hay que esperar. De la guerra buenas noticias no van a llegar. El propósito de la guerra es, tal vez, que nos matemos entre nosotros. Los vientos malos tendrán que pasar, no pueden ser eternos. La comunidad es la única que puede garantizar la permanencia en el territorio”.
Froya, internacionalista noruega de la Red de Hermandad con Colombia (Redher) y una de las coordinadoras de la Caravana, también expresó su solidaridad con la comunidad. Y lamentó que, casi 20 años después de que la Red hiciera su primera Caravana por el Catatumbo, el internacionalismo vuelva a llegar al territorio y los problemas estructurales que provocan el conflicto sigan sin resolverse; que el dolor siga perpetuándose, y que la Red y el Catatumbo no puedan reencontrarse en torno a la alegría. “Su dolor es nuestro dolor”, recalcó Froya ante la comunidad.
Sobre la pertinencia y “utilidad” de la reciente Caravana circularon en redes sociales comentarios que cuestionaban su legitimidad, arguyendo incluso que su objetivo era encubrir crímenes cometidos por una de las partes en conflicto. Lo cierto es que, al igual que hace 20 años, la Red se internó por la quebrada geografía catatumbera para escuchar y documentar los impactos de una guerra que la sociedad y el Estado colombiano normalizó cuando ya no le fue útil para sus titulares amarillistas y su espuria indignación.
En 2004, a finales de agosto y principios de septiembre, la Red hizo su primera visita y durante 15 días pisó lugares del Catatumbo vedados por el cerco paramilitar. En ese entonces, algunos sectores que hoy critican la reciente Caravana ni si quiera existían. Fue gracias al internacionalismo que retoñaron expresiones organizativas como el CISCA.
La de hace 20 años no fue la primera Caravana hecha por la Red en Colombia. Un par de años antes, hizo lo propio en el Sur de Bolívar, zona también sitiada por el paramilitarismo. Son dos décadas llevando su abrazo político y desinteresado a los confines remotos del país que así lo precisan. El internacionalismo no se inventó ayer, ni pasará de moda mañana.
En Ocaña, en el cierre formal de la Caravana, María Ciro, líderes del CISCA, expresó su profunda gratitud a las y los caravanistas: “En cada lugar pudimos arañar alguna emoción y despertar un poco de esperanza. No es la primera vez que enfrentamos momentos difíciles. Uno de los más golpes más duros que recibimos fue a tres meses de hacer nuestra asamblea constitutiva cuando mataron a Trino Torres [reconocido y recordado líder del CISCA]. Ha sido una historia de dolor, pero también hemos aprendido a luchar y a soñar. Y eso lo hemos aprendido gracias a la solidaridad del nacionalismo y el internacionalismo”.